ARRIONDAS

Nacida en 1915, Lula celebró la pasada semana su 104 cumpleaños

"No entiendo de qué se queja la gente ahora... ?de viciu! "

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Lula, 104 años entre Coviella y Arriondas

 


Se llama Laudelina Sánchez Blanco y acumula en su memoria, y en sus huesos, un siglo entero  de historias. Todo el mundo la conoce como Lula, un apodo que le puso su madrina. Nació en Coviella (Cangas de Onís), el 12 de mayo de 1915, cuando en España reinaba Alfonso XIII y Europa estaba inmersa en la I Guerra Mundial.

Hija de Faustina Blanco y de José Sánchez, segunda de cinco hermanos a los que ya ha despedido, fue a la escuela primero a Triongu y después a Coviella, aunque desde bien pequeña empezó a trabajar ayudando a sus padres en tareas como atender las vacas, la huerta o bajar a Arriondas a los recaos... «Cada segundu día, desde bien cría, bajaba a Arriondas a buscar unos panes redondos a casa Titi», recuerda casi saboreando aquel pan. «Esi caminu harteme de andalu…, de cría, de chavalina y, después,  de casada, que subía desde Arriondas dos veces al día para seguir ayudando a mis padres y a la mi hermana».

Fue precisamente en uno de esos cientos de paseos desde  Coviella a Arriondas cuando conoció a Alfredo Solares, «trabajaba en el taller de Avelino, en el Portazgo, y lu conocí de pasar tantu por allí. Era muy buenu. Buenísimu. ¡Y muy salau!...pa mi gustu, claro». Fueron novios durante los duros años de la Guerra Civil, una contienda que trae un sabor amargo a nuestra conversación e imprime tristeza en los ojos de la mujer menuda, pero peleona, que tengo sentada delante. «Pasamos mucha fame. Comíamos de lo que había y de lo que nos llegaba de estraperlo –cuenta-, cuando acabó la guerra nos casamos y vinimos a vivir pa Arriondas». Ella tenía 25 años y el 28.  Alfredo regentaba el taller en la desaparecida Plaza de Abastos. Lula cuidaba la casa y a los críos, los dos que tuvieron – Olga y Kike–, y siguió subiendo y bajando a Coviella, a trabajar con su familia, muchísimos años más.

Lula y su hija Olga Mari, en la tienda de de Arriondas.

«Ahora me cuidan los mis hijos y vivo como una reina. Pasé de tou en esta vida. No entiendo de qué se queja la gente ahora… ¡de viciu! También reí muchu. Siempre fui muy alegre y lo que más me gusta, desde siempre, e tomar el sol. Los 104 años los llevó muy bien…pero no entiendo por qué Dios quier que viva tantu» dice, añadiendo que nunca fue de «muchu comer» y que lo peor de vivir tantos años es la mucha gente de la que hay que despedirse.


Lula parece de papel, pero es y fue siempre una mujer fuerte y guerrera. Sus manos, delgadas y de dedos largos, agarran las mías mientras me cuenta anécdotas de hace más de 50 años, recuerda la fiesta de San Ramón, a un cura que la visitó por su cumpleaños y por el que no pasan los años, o los primeros días del Bollu, en la plaza de la Peruyal. El mismo lugar, precisamente, en el que a Lula le gusta ahora sentarse, cuando el tiempo acompaña, a tomar el sol.

Hoy llueve, y no podemos salir ni para hacer la foto. Así que dejo a Lula sentada dentro de la tiendina de Olga Mari, celebrando que ya son 104 los años vividos.

Todo un récord y toda sabiduría.
Muchas felicidades Lula. Y de aquí en un añu.